Sacudimiento extraño
que agita las ideas,
como huracán que empuja
las olas en tropel.
Murmullo que en el alma
se eleva y va creciendo
como volcán que sordo
anuncia que va a arder.
Deformes siluetas
de seres imposibles;
paisajes que aparecen
como al través de un tul.
Colores que fundiéndose
remedan en el aire
los átomos del iris
que nadan en la luz.
Ideas sin palabras,
palabras sin sentido;
cadencias que no tienen
ni ritmo ni compás.
Memorias y deseos
de cosas que no existen;
accesos de alegría,
impulsos de llorar.
Actividad nerviosa
que no halla en qué emplearse;
sin riendas que le guíen,
caballo volador.
Locura que el espíritu
exalta y desfallece,
embriaguez divina
del genio creador...
Tal es la inspiración.
Gigante voz que el caos
ordena en el cerebro
y entre las sombras hace
la luz aparecer.
Brillante rienda de oro
que poderosa enfrena
de la exaltada mente
el volador corcel.
Hilo de luz que en haces
los pensamientos ata;
sol que las nubes rompe
y toca en el zenít.
Inteligente mano
que en un collar de perlas
consigue las indóciles
palabras reunir.
Armonioso ritmo
que con cadencia y número
las fugitivas notas
encierra en el compás.
Cincel que el bloque muerde
la estatua modelando,
y la belleza plástica
añade a la ideal.
Atmósfera en que giran
con orden las ideas,
cual átomos que agrupa
recóndita atracción.
Raudal en cuyas ondas
su sed la fiebre apaga,
oasis que al espíritu
devuelve su vigor...
Tal es nuestra razón.
Con ambas siempre en lucha
y de ambas vencedor,
tan sólo al genio es dado
a un yugo atar las dos.
Poemas de Gustavo Adolfo Bécquer
ANTONIO MACHADO Reseña biográfica
ResponderEliminarPoeta español nacido en Sevilla en 1875 y fallecido en Collioure, Francia, en 1939.
Doctor en Filosofía y letras, fue catedrático de francés en los Institutos de Soria, Segovia, Baeza y Madrid.
En 1927 fue elegido Académico de la Real Española, cuyo discurso de ingreso no pronunció nunca.
Es considerado como uno de los grandes poetas de la lengua castellana. Su vasta obra poética se caracteriza
por la sencillez y precisión en el lenguaje. Cantó a la tierra, al mar, a los olivos, y en diversos tonos a la gloria del amor.
En su poesía se refleja la visión dolida de su patria y la recreación de la belleza que encierran las pequeñas cosas.
Entre sus obras publicadas se destacan «Soledades, galerías y otros poemas» en 1903, «Campos de Castilla» en 1912,
«Nuevas canciones» en 1925 y «La guerra» en 1938. ©
Del camino:
ResponderEliminarPreludio
Daba el reloj las doce... y eran doce...
Sobre la tierra amarga, caminos tiene el sueño...
En la desnuda tierra del camino...
El sol es un globo de fuego...
¡Tenue rumor de túnicas que pasan...
¡Oh, figuras del atrio, más humildes...
La tarde todavía...
Crear fiestas de amores...
Arde en tus ojos un misterio, virgen...
Algunos lienzos del recuerdo tienen...
Crece en la plaza en sombra...
Las ascuas de un crepúsculo morado...
¿Mi amor...¿Recuerdas, dime...
Me dijo un alba de la primavera...
Al borde del sendero un día nos sentamos...
Es una forma juvenil que un día...
¡Oh, dime, noche amiga, amada vieja...
El poema de amor que nunca escribirás
ResponderEliminarDebería nombrar (debería intentarlo)
el afán hasta hoy por ti dilapidado
en perseguir amor, que quizá fuera tanto
como el afán de huir, fatigado hasta el asco,
de todas las trastiendas, repletas de fracasos,
que los cuerpos arrastran, y en que nos arrastramos.
Debería acoger, dar lugar a unos labios
que nombraran sin fe, sólo de cuándo en cuándo
-por momentos, sinceros; por momentos, falsarios-
diálogos de alcoba que pareciesen tangos
(eso acaban por ser, o algo más triste acaso,
siempre que en la distancia solemos evocarlos):
De esta vida tan sucia, de sus trabajos vanos,
me consuela, mi amor, el fingir, fabulando,
otra eterna contigo, cogidos de la mano.
Y habría de alojar dictámenes sagrados,
con los que, ya bebidos, tanto nos excitamos:
De entre todas las perras que en la noche he tratado,
la más perra eres tú. Debería, malsano,
contener esas citas de los domingos vastos,
insulsas y festivas, amasadas de hartazgo,
en que la vida toda se obstina en maltratarnos,
con su aire de ramera experta en el contagio
del odio hacia la vida, del tedio y del cansancio.
No podrían faltar los cuerpos del verano,
cuando la adolescencia ardía por el tacto,
en especial aquél de todo lo vedado.
Ni habría de omitir el vicio solitario,
por el amor perdido en inventar los rasgos
del amor, que, entretanto, no dormía a tu lado.
Y en él habitarían con todo su sarcasmo
-al fin y al cabo son tristes muertos de antaño,
fragmentos de tu vida que salvas del naufragio-
las cartas sin respuesta; yesos aniversarios,
tiernamente ridículos después de celebrados,
que dejan en el alma aroma a mal teatro.
Y los reproches mutuos, merecidos y agrios,
dirigidos al centro del dolor, como un dardo
con toda la miseria que acarrean los años.
El placer del acoso, cuando el amor intacto,
y cuando la ignorancia, ese bálsamo arcano,
no señalaba límites al indudable ocaso.
El maldito poema tanto tiempo aplazado,
y que no escribirás, porque el tema es ingrato,
querría redimirte de todos tus letargos.
Una voz que te daña diría murmurando:
Del amor, amor mío, te quiero siempre esclavo,
para que tus palabras no tengan que inventarlo.
Quien a ese poema de amor dilapidado
incauto se atreviera, sin calcular el daño,
amaría el amor, probablemente tanto
como el afán de huir, fatigado hasta el asco,
de todas las trastiendas, repletas de fracasos,
que los cuerpos arrastran, y en que nos arrastramos.
De "El último de la fiesta"